martes, 14 de julio de 2009

A cuerpo gentil


a J.A.Rauskin


No me agrada la expresión a pata suelta.

Así de sencillo. Durmieron a cuerpo gentil.

Pero sentimos en algún momento la necesidad

de aclarar la época en que nos acostábamos.

Esa palabra que ya no hablamos y recuerda

como nos juntamos en una casa del barrio

a ver la televisión que acababa de llegar.

Bien atrás en el calendario, cuando por desgracia

nuestras madres asociaban algún santo a nuestro

destino y era habitual un te amo o que los señoritos

caminen de la mano.

De por ahí en ese entonces a pata suelta

era el aire claro de la ventana o un perro

durmiendo bajo la sombra,

y en que momento se llena de polvo,

duele decirlo,

duele el idioma de nuestros nenes,

avispados, lúcidos, crueles.

Y durmieron a pata suelta

tan dulcemente siempre,

creyendo de los boleros nuestras verdades,

sin pensar que acabaríamos siendo tristes,

que acabaríamos exhibiendo nuestros oxfords

para la admiración de quienes vinieron

a reemplazarnos.

No creas que me molesta,

es más, no me extrañaría

que en algún café de la ciudad

un joven poeta encierre en círculo

las evidencias de que estoy viejo.

Digo a pata suelta porque así quiero

decirlo, no quiero faltar al tiempo,

vos acordate de los días de visita,

acordate de la tomasita terrible que se escurría

entre nosotros,

que el joven poeta diga que ya no existo,

vos seguí durmiendo como antes dormíamos,

a cuerpo gentil o a pata suelta.



Desciende la inmensa sombra sobre el campo
Virgilio

Nosotros iremos, Melibeo, 
marchar también, marchar. 
Ya no te veré desde lejos. 
Tu vida, otra palabra, se deslizó
sin detenerse en lo pasajero. 
Tú mismo has precipitado a los jabalíes, 
has despertado el aliento repugnante
de quienes hacen existir la muerte. 

Ya no te veré hermoso
bajo los amargos sauces 
cantar tus rústicos aires. 
Marchar también, marchar, 
una sombra ahora es dueña
de nuestra casa. 

Darte el placer de ser ella, 
esa madre que siente en sus espaldas
el abandono del hijo. 
Ya hemos crecido, con el amor
como una piedra, 
y no te veré Melibeo 
cantar tus rústicos aires.

Nde resa kuarahy´ãme

Esta ha sido la vida,

Vaga memoria en la distancia,

En la vereda el olvido,

Saludos ancestrales del vecino y adioooos,

Adioooos Don Carlos,

Adioses largos de las tardes,

Siempre los mismos y en cambio

Nos quedamos, cada uno en su sitio,

Cada uno un largo lento oscurecer,

Recordando,

Mirando la vida quedando atrás,

Fotografías de cuando éramos alguien,

Algo,

Más que la sombra que somos,

El soldado en blanco y negro,

La humedad dorada de los años,

Bordes encrespados,

El uniforme perfecto,

La inscripción al dorso en cursiva,

Concepción 1930…

Ese cuerpo era mío,

Ágil, elástico, bello,

Mis ojos eran otros,

Arrogantes, fatales,

Entonces yo era eterno,

Yo era yo y el mundo el mundo,

Algo inaccesible fuera de mí,

Ahora no soy sino el mundo,

El cosmos que espera

Confundirse conmigo,

Ahora seré nada,

Fantasma sentado en la vereda

Frente a mi casa,

Donde anidaron personas extrañas

Personas que ya no veré

¿Quién es este joven sentado junto a mí?

¿Quién esta mi hija que dice ser su mamá?

¿Quiénes son?

¿Quiénes somos?

¡Abuelo! ¡Abuelo Carlos!

Traen noticias de Asunción,

Quieren mi voz ronca,

Mi olor que es olor a tiempo,

A casa cerrada,

A mueble velado,

Mi vida que es enseñanza,

Sabiduría,

Recuento de heroísmos entre mate

Y escupitajos,

No recuerdan el hombre que fui,

Recuerdan al abuelo, sus adioses largos,

Su figura estoica en la silla en la vereda,

Sus luchas con jaguaretés en el Alto Paraná,

A cuchillazo limpio,

Le mostré mis dientes digo y se asustan

Los chicos, los grandes, sin asombro

Se entristecen,

Se ven en el anciano que soy,

el triste anciano que lucha con tigres,

Las garrapatas gigantes de Salinares,

Los murciélagos del Chaco preñados

Con mi sangre,

Las maderas de Puerto Casado de Puerto Pinasco,

Los veranos del Uruguay,

La bala de fusil en la pierna,

La renguera del guerrero que regresa,

La frente alta,

Saben de mí cuanto quieren saber de ellos,

Vidas que no tuve,

Otras vidas,

Barcos,

Guerras,

Amores,

Idilios,

El abuelo en su jeep cantando canciones

Jocosas, murmurando el mar,

Esta ha sido la vida,

Vaga memoria en la distancia,

Fábulas,

Literaturas,

Olvidos,

Sangre de roble

Don Carlos,

Sangre de roble

El abuelo,

Espejo que envejece,

Foto eterna de soldado paraguayo,

Olvido,

La vida ha sido el olvido,

Este viejo que olvida todo,

Que no olvida a su Yolí,

Perfume de lavanda Yolí,

Voz dulce femenina del mundo Yolí,

Primero ella se ha ido,

Primero ella fue el vacío que somos

En el fondo,

Y de mí queda esta sombra,

Terca,

Caprichosa,

Adioooos, adioooos Don Carlos,

Se despiden, me despido,

Nos quedamos,

Pasan los días,

Entra el sol,

Entramos a la casa con la silla al hombro,

Última carga que ha puesto el mundo

En mis espaldas,

¿Cómo es allá Yolí?

¿Hace frío?

¿Hay que llevar tricota y sombrero?

¿Cómo es la cara de Dios?

El sol cayendo, el cielo

Rojo naranja amarillo azul,

Carlitos en su silla,

La voz de Yolí llamando,

Entrá ya Carlitos,

Es tarde,

Te vas a engripar,

Silla al hombro Don Carlos regresa

A la casa,

La vida quedando atrás,

La inmensidad por delante,

Grillos, estrellas, noche,

nde resa kuarahy´ãme

Ajepa iporaite ñande avañe’e Yolí,

La voz del poeta Teodoro

Al final de la tarde,

nde resa kuarahy´ãme,

nde resa kuarahy´ãme

aguahë apyty´umi...

Maternidad


En un pindó y en otro

ató el guerrero indio

la medialuna de su hamaca,

dejó en la tierra el arco

y meciéndose hizo la noche.


Donde las aguas del sueño

se pliegan y repliegan sobre la arena

de los siglos,

donde se unen y desunen

el pájaro y el canto,

tomó asiento el silencio

que dio a luz al árbol,

al relámpago y al hombre.


Tus brazos, la medialuna de tus brazos,

mece tibiamente al indio

que en el arco dejó la sangre,

en la tierra los arroyos

y en el pájaro el canto

tan lejano de luz.


Se duerme en tu abrazo de medialuna,

se mece tibiamente hasta quedar confundidos

el tiempo en el agua,

el canto en el pájaro,

la sangre en la tierra.



Disueltos en el viento

vuelven los siglos a tus brazos de medialuna,

donde se unen y desunen

el pájaro y el canto,

donde tomando asiento 

el silencio dio a luz al árbol,

al relámpago y al hombre.