a J.A.Rauskin
No me agrada la expresión a pata suelta.
Así de sencillo. Durmieron a cuerpo gentil.
Pero sentimos en algún momento la necesidad
de aclarar la época en que nos acostábamos.
Esa palabra que ya no hablamos y recuerda
como nos juntamos en una casa del barrio
a ver la televisión que acababa de llegar.
Bien atrás en el calendario, cuando por desgracia
nuestras madres asociaban algún santo a nuestro
destino y era habitual un te amo o que los señoritos
caminen de la mano.
De por ahí en ese entonces a pata suelta
era el aire claro de la ventana o un perro
durmiendo bajo la sombra,
y en que momento se llena de polvo,
duele decirlo,
duele el idioma de nuestros nenes,
avispados, lúcidos, crueles.
Y durmieron a pata suelta
tan dulcemente siempre,
creyendo de los boleros nuestras verdades,
sin pensar que acabaríamos siendo tristes,
que acabaríamos exhibiendo nuestros oxfords
para la admiración de quienes vinieron
a reemplazarnos.
No creas que me molesta,
es más, no me extrañaría
que en algún café de la ciudad
un joven poeta encierre en círculo
las evidencias de que estoy viejo.
Digo a pata suelta porque así quiero
decirlo, no quiero faltar al tiempo,
vos acordate de los días de visita,
acordate de la tomasita terrible que se escurría
entre nosotros,
que el joven poeta diga que ya no existo,
vos seguí durmiendo como antes dormíamos,
a cuerpo gentil o a pata suelta.
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