No sabés el placer que me produce escribirte una carta.
Vos no sabés de mí, pero yo tengo las que escribiste
hace casi un siglo para luego olvidarlas entre las páginas
de un viejo Quijote de Salvat.
¿Era el Quijote un adorno de tu solariega casa en Ypacaraí,
cómo tantas Biblias y tantos Quijotes que adornan otras
casas paraguayas donde la lectura es una pérdida?
Importa poco. Es bueno saber que pudiste atravesar los años
en trenes, en polvorientas librerías de segunda mano,
en el íntimo espacio de un cajón.
Yo tengo el papel venido a ruinas con tu enlazada y compleja
caligrafía dibujando un paisaje rural. Es bueno saber
que todo regresa del silencio a la vida.
No es una carta de amor, ni de goces ni desenfrenos.
Alguien tiene que viajar en tren a tu casa, probablemente
una tía anciana que necesita de un trabajo y vos, siempre
despierto, aprovechas para arreglar cuentas con tu hermano.
Nada de eso importa. Quiero que sepas que en mi tiempo
ya nadie escribe ni recibe cartas, hay otras formas de hablarnos
que no tienen ni la mínima sombra de tu bella letra.
Hemos querido acabar con el tiempo de los trenes,
con el tiempo absurdo que uno gasta en mostrarse
a través de los signos.
No sabés en verdad que placer me da y qué ganas
tengo de saber de vos.
Querido, espero no te moleste que te llame así,
busquemos la forma de escribir desde el pasado
hacia adelante, yo aquí te espero.
jueves, 3 de febrero de 2011
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