jueves, 3 de febrero de 2011

Así quise que fuera:

Vos parada en medio
de un amplio balcón.

Yo abajo, escondido.

Entonces, en una larga
avenida pasan los autos
a gran velocidad.

Yo en una orilla, quieto.
Dejamos la calle
y nos entramos al
cuarto a oscuras.

La llave da vuelta
contra el reloj.

De a poco nuestras voces
se van moviendo por
dentro de la casa.

Nuestras manos abusando
de todo.

Encendiendo luces y sonidos
donde la oscuridad y el silencio
hacían su parte.

"No me animo a pedirte que no
muevas nada de lugar".

Entramos al cuarto
y una nueva luz
destruye nuestro amor.

Así lo habíamos hecho
sin darnos cuenta.

Primero un capullo de vestido
junto a la cama.

Me ayudaste con los pantalones.

Y como último vestigio de naufragio
las medias blancas perdidas
en las sábanas.

Eramos nosotros querida
sacándonos las partes.

Pero luego llegamos de la calle
y pusimos todo en su lugar
hasta que ya no hubo nada.
No sabés el placer que me produce escribirte una carta.

Vos no sabés de mí, pero yo tengo las que escribiste
hace casi un siglo para luego olvidarlas entre las páginas
de un viejo Quijote de Salvat.

¿Era el Quijote un adorno de tu solariega casa en Ypacaraí,
cómo tantas Biblias y tantos Quijotes que adornan otras
casas paraguayas donde la lectura es una pérdida?

Importa poco. Es bueno saber que pudiste atravesar los años
en trenes, en polvorientas librerías de segunda mano,
en el íntimo espacio de un cajón.

Yo tengo el papel venido a ruinas con tu enlazada y compleja
caligrafía dibujando un paisaje rural. Es bueno saber
que todo regresa del silencio a la vida.

No es una carta de amor, ni de goces ni desenfrenos.

Alguien tiene que viajar en tren a tu casa, probablemente
una tía anciana que necesita de un trabajo y vos, siempre
despierto, aprovechas para arreglar cuentas con tu hermano.

Nada de eso importa. Quiero que sepas que en mi tiempo
ya nadie escribe ni recibe cartas, hay otras formas de hablarnos
que no tienen ni la mínima sombra de tu bella letra.

Hemos querido acabar con el tiempo de los trenes,
con el tiempo absurdo que uno gasta en mostrarse
a través de los signos.

No sabés en verdad que placer me da y qué ganas
tengo de saber de vos.

Querido, espero no te moleste que te llame así,
busquemos la forma de escribir desde el pasado
hacia adelante, yo aquí te espero.
No sabés el placer que me produce escribirte una carta.

Vos no sabés de mí, pero yo tengo las que escribiste
hace casi un siglo para luego olvidarlas entre las páginas
de un viejo Quijote de Salvat.

¿Era el Quijote un adorno de tu solariega casa en Ypacaraí,
cómo tantas Biblias y tantos Quijotes que adornan otras
casas paraguayas donde la lectura es una pérdida?

Importa poco. Es bueno saber que pudiste atravesar los años
en trenes, en polvorientas librerías de segunda mano,
en el íntimo espacio de un cajón.

Yo tengo el papel venido a ruinas con tu enlazada y compleja
caligrafía dibujando un paisaje rural. Es bueno saber
que todo regresa del silencio a la vida.

No es una carta de amor, ni de goces ni desenfrenos.

Alguien tiene que viajar en tren a tu casa, probablemente
una tía anciana que necesita de un trabajo y vos, siempre
despierto, aprovechas para arreglar cuentas con tu hermano.

Nada de eso importa. Quiero que sepas que en mi tiempo
ya nadie escribe ni recibe cartas, hay otras formas de hablarnos
que no tienen ni la mínima sombra de tu bella letra.

Hemos querido acabar con el tiempo de los trenes,
con el tiempo absurdo que uno gasta en mostrarse
a través de los signos.

No sabés en verdad que placer me da y qué ganas
tengo de saber de vos.

Querido, espero no te moleste que te llame así,
busquemos la forma de escribir desde el pasado
hacia adelante, yo aquí te espero.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Paumanok

El viaje a Paunamok parte de la sala de espera del dentista,
aparentemente habíamos prefigurado un destino mi madre y yo.

Primero un paisaje guardado en la cartera, entre maquillajes,
chicles, y otros objetos que nos protegen de estar solos.

Luego estamos solos y tras la puerta el torno busca
el centro de la muela, donde cruzamos mi madre y yo
tomados de la mano.

Nos vamos cruzando ríos y bosques desde donde llegan las primeras
voces de la fiesta. Los camaradas beben cerveza y bailan abrazados
frente a un enorme y vibrante fuego.

Todavía muy joven para entender de estas cosas.

Madre (interrumpe): "¿Te acordás cuando tu abuelo Donald te decía Lieutenant y
te ponías firme con la mano en la frente?".

El soldado americano (sin dientes adelante): "Sí, me acuerdo"

- Mi teniente, mi querido, aquí tienes este continente desde Canada
hasta Magallanes. No puedo decirte quien eres, camina y busca en
todas partes.

Siempre voy a ser el camarada que regresa de la mano con su madre,
a la cama donde espera el poeta, cubierto en su barba de leche.

Es una equivocación. Yo no vuelvo a donde duerme el poeta, vuelvo
a la foto del Lieutenant, siempre igual, para entender porque estoy riendo.
No es que la vida valga o deje de valer
o que la muerte sea en tal caso un alivio
o una terrible fijación de nuestra especie.

Es simplemente que estamos aquí y donde
antes había una maleza espontánea
ahora hicimos caminos en forma de redes.

Y si miramos al cielo solo vemos figuras,
y si miramos abajo vemos las mismas figuras
saltando de los puentes que hicimos en forma
de redes.

No creo que vayas a matarte, pero
tampoco creo que vayas a defender la vida
en el púlpito de la ultranza.

Dominios, dignidad, todo vale callampa
diríamos sentados contra un árbol
y entonces alguno de los dos pensaría
en la vida de un hongo.

Y nos veríamos aparecer con la sangre en los ojos
alzando cualquier tela vieja en forma de bandera
diciendo: "No me importa morir ahora".

Todo una costumbre o el reconocimiento
como tu dices de que eso que creemos
es el entendimiento de las cosas.

Y el resto, qué, el resto la noche que cayó
sobre nosotros en Elqui, ese cielo inexplicable
poblado de estrellas que se prenden y se apagan
en un globo elíptico sin límites

Los dos sabemos que una elipsis debe tener sus límites
o debería llamarse de otra forma, pero ¿cómo?
Es así, siempre.

Estamos los dos codo a codo
tirando piedras en el agua.

"¿Cuantas veces puede saltar
antes de hundirse?

Bajo la cabeza, en verdad no sé,
no tengo la mínima idea de nada.

Y no callamos mientras toca
fondo en un acuoso silencio.
Esa mirada me deja a mí en un futuro
donde vos estarías cortando el tallo
húmedo, palpitante, de la flor que traeríamos
de regreso al tiempo que ya se ha ido.

Yo estaría cuidando de una niña.

¡Papá! me dice pero no soy yo, en su
idioma son mis zapatos. Ella ama
los zapatos como si fueran barcos
que pudieran llevarnos de regreso
o naufragarnos en un mar de saliva.

Tenemos la flor como prueba de este viaje.

jueves, 20 de enero de 2011

Cuando volvía abuelo

todo el pequeño mundo es el camino
que une el mercado de villarrica
con los ojos de la nenita almidonada,
que abuela almidonó y peinó
en la tarde que une
la sed y el pozo,
la casa y el balde,
las gallinas y el cielo.

pero más bien es el tiempo que tarda
abuelo en bajar del mercado hasta la nena,
o el tiempo que en sus ojos redimen
las fábulas de un viejo camino,
tiempo que nada tiene de tiempo
más que esa manera sin medida
de esperar que algo ocurra,
que llueva, que haya el maíz
este año como el otro.

o seguramente algo más escondido en las manos
del abuelo, detrás de su espalda,
una manzana traída de lejos,
de donde crecen y nunca hemos
estado hasta después de grandes;
cuando ya nada pudo ser una sorpresa.

Cocido Negro

Me dijo: "En casa de pobre no falta el cocido
la caña y el coquito"

Negro nomás la patrona y sus ojos se tornaban
cocido aguachado, cocido doloroso, amargo
de la mañana que nadie luego compró la leche.

Cocido yrei de la noche de enero, negro solo
por decir, por callar que en verdad ese color
grisáceo tienen todas las cosas.

Me decía y un mitai trepaba sus hombros,
naufragaba en su cabellera de morena mítica.

"Leche va a faltar, pero caña no", los ojos rojos,
el hombre fatigado que no alcanza nunca la casa,
que siempre llega con el dinero ahogado.

Porque en el asfalto llega a 50 a 60 grados
y en la casa hay miseria, y solamente una
para refrescar, para mojar la lengua.

Me decía y su risa negra, horrible,
atravesaba la pieza disfrazada de karau,
de alguna burla de algún dios disfrazado
de mendigo.

miércoles, 12 de enero de 2011

caballo de amor
caballo de muerte

concha de mar
de hembra

esa fuiste

blasfemia
diosa

nada de andar
en medias por la casa

nada de pan
en tus manos

esa fuiste

una piedra intacta
un incendio